miércoles, 9 de septiembre de 2009

Confidentes De La Luna (primera parte)




Este relato que conocí durante mis viajes por Castilla demuestra lo duro que era vivir en la Península Ibérica en los tiempos de la Inquisición.
Mi relato se centrara en una familia noble los Fernández de la Montaña. Formado por el matrimonio y su única hija Lucía.
El señor de la casa siendo un antiguo guerrillero había obtenido ese puesto en la sociedad tras salvar la vida en la guerra a un importante conde castellano, con el cuál entabló una gran amistad que también favoreció a su economía, desde entonces Don Pedro Fernández de la Montaña acudía a las más selectas reuniones donde el conde siempre contaba las peripecias de ambos.
Al igual que su esposo la señora de Fernández de la Montaña, Isabella Roseé también obtuvo grandes amistades en la aristocracia, la condesa la convirtió en su consejera y amiga.
Mientras a las sombra de sus padres crecía la pequeña Lucía Fernández de la Montaña Roseé, una joven introvertida que sabía que sus progenitores ya le tenían planeado el futuro.
En su inmensa mansión trabajaban medio centenar de empleados entre ellos un joven de 18 años de origen norteafricano.
Hicham Raalid era un descendiente de musulmanes que vivió en Castilla. Pese a sus antepasados el había adoptado la religión cristiana y como tal siempre vivió. Desde que cumplió los 15 años trabajaba en aquel hogar como jardinero. No ganaba lo suficiente para subsistir, cada noche antes de marcharse cogía las sobras de la basura y cada día encontraba lo suficiente como para alimentar a todo el servicio de la familia. Hicham no tenía familia su madre murió al poco de nacer y su padre murió poco después de comenzar a trabajar en casa de los nobles.
Por entonces reinaba Felipe IV y lo que parecía un comienzo de reinado prometedor terminó siendo el principio de la caída del Imperio por culpa de la ambición del conde-duque de Olivares al involucrarse en la Guerra de los Treinta años. Los Países bajos y Portugal se independizaban de hecho y se le cedió el Rosellón y parte de la Cerdaña a Francia.
El comienzo del relato trata en una noche cuando Hicham terminó de trabajar y mientras comía las sobras de aquel día caminaba por las calles de Madrid sin prisa por llegar a su casa puesto que en su chabola hacía el mismo frío que en la calle, ni siquiera tenía chimenea.
Caminaba lentamente por una calle oscura. Un grupo de chavales corrían en sentido contrario a él, seguramente llegaban tarde a su casa, Hicham buscaba una taberna donde cobijarse del duro frío que asolaba Madrid en Febrero.
Mientras en la mansión de los nobles don Pedro conversaba con su esposa acerca del futuro de Lucía:
- El hijo del conde está encantado ante la posibilidad de desposar a nuestra pequeña Lucía.
Don Pedro llevaba ya algún tiempo dialogando con los condes acerca de unir en matrimonio a sus respectivos herederos y ese día cada vez estaba más cerca:
- Es una gran idea para garantizar un gran futuro a Lucía, yo creo que ya es hora de que se conozcan. Una gran fiesta aquí sería una buena forma de presentar su emparejamiento en sociedad.- propuso la señora Fernández de la Montaña
- Es una gran idea, avisando con tiempo y dada la amistad del conde con su majestad y con Olivares, podrían venir ambos. Haced llamar a Lucía para darle la buena noticia.
Doña Isabella llamó al mayordomo para que buscara a Lucía. Esta se encontraba en su dormitorio cepillándose sus finos y dorados cabellos preparándose para acostarse. Todas las noches tras cepillarse el cabello observaba desde el balcón de su dormitorio las estrellas y la luna, a veces, incluso las observaba hasta altas horas de la madrugada era su forma de meditar.
Lucía tenia 17 años y solo tenía una cosa clara, quería contraer matrimonio por amor, todas las noches se lo pedía a la luna. Sabía que sería difícil porque sus padres dirigían su vida.
Tras dejar el cepillo en el cajón del tocador se dirigió hacia el balcón, su blusa blanca brillaba a la luz de la luna, pero algo alteró sus planes, habían tocado a la puerta.
- Señorita Lucía vuestra madre me envió a buscaos quieren hablar con vos enseguida.
- Enseguida bajo Miguel, podéis retiraros.
La joven se vistió rápidamente y se dispuso a bajar.
Al llegar al salón su padre redactaba al encargado de escribir las cartas lo que tenía que escribir:
“………….
Atentamente, Don Pedro Fernández de la Montaña”
- Enviadla mañana a primera hora.- terminó don Pedro.
Cuando terminó percibió la presencia de su hija, la cuál no interrumpió en ningún momento.
Al quedarse a solas don Pedro se levantó de su sillón de piel y caminó hacía el mueble de las bebidas y comenzó a llenar un vaso:
- Tengo una buena noticia que daros, os casareis dentro de un año con el hijo del conde, Raúl Montes. Tendréis un futuro brillante, mejor incluso que el de vuestra madre.
La noticia se le clavó en el alma, sintió que moría por dentro. No sabía que decir, ni que hacer pero la joven respetuosa y callada que siempre había sido estaba desapareciendo:
- Padre, si no lo conozco, no podéis permitir eso.
El padre dejó la botella en una mesita que había junto al mueble y se acercó a ella:
- Por eso tardaréis un año en contraer matrimonio tiempo suficiente para conocerle y amarle como una buena mujer castellana, de todas formas no tenéis ni voz ni voto en esta casa mientras yo viva. Ni tampoco cuando muera.
- Padre no podéis hacer esto soy vuestra hija.- Lucía abandonó el salón corriendo y dando un portazo al cerrar la puerta.
- ¡¡ Qué falta de respeto es este, como osáis iros sin mi consentimiento, venid aquí ahora mismo!!- gritó don Pedro tirando el vaso medio lleno contra la pared.
Lucía corrió hacía la puerta principal de la mansión y se fue. El padre ordenó a dos de sus empleados que fueran a buscarla.
No muy lejos de allí Hicham encontró una taberna abierta, tras terminarse las sobras entró. La taberna, “El hogar del marinero”, estaba adornada con diferentes objetos que asemejaban la taberna a un barco. Paradójico si pensamos que en Madrid no hay mar. Habían una docena de personas, Hicham se sentó lo más cerca que pudo de la chimenea pero no pidió nada porque no tenía dinero.
Hicham prestó atención a las conversaciones de las mesas cercanas, cerca de el habían tres mesas, en la primera hablaban del conde-duque de Olivares y de la guerra con los protestantes alemanes, en la segunda criticaban la poca ayuda de los catalanes en la guerra contra Francia y en la tercera dos hombres mayores y uno un poco mas joven debatían sobre que versos eran mejores los de Góngora o los de Quevedo esa parecía la más entretenida. Aunque Hicham sabía leer nunca había leído un verso de ninguno de los dos pero los conocía de oídas.
Poco después se acercó el tabernero:
- ¿Qué os pongo señor?
Hicham negó con la cabeza:
- No tengo dinero señor solo quería cobijarme un poco del frío de las calles.
El tabernero frunció el ceño y señalando la puerta le gritó:
- ¿Qué os creéis?, que esto se mantiene solo, a cobijarse a vuestra casa y si no tenéis, mirad a ver si hay portales en Madrid.
Hicham tuvo que marcharse como un perro, con el rabo entre las piernas. Mientras caminaba hacía la puerta observó como todos le miraban, reían y señalaban.
Al salir a la calle alguien que corría por la calle choco contra él:
- Lo siento mucho. -dijeron los dos al unísono.
Hicham notó que la otra voz era de mujer, la ayudó a levantar y la observó. Enseguida vio que esa joven era Lucía Fernández de la Montaña.
- ¿Señorita Fernández de la Montaña? ¿Qué hacéis en la calle a estas horas?
- No os conozco, pero me suena vuestra cara.-observó calle abajo.- ¡Oh no! Por ahí vienen.
Cogió a Hicham de la mano y le empujó a un callejón. Poco después por la calle principal aparecieron dos empleados de don Pedro, cuando llegaron a la altura del callejón uno de ellos se acercó, Lucía empezó a temblar, Hicham lo notó en la mano entonces comprendió que la buscaban y salió a la calle principal.
Cuando el empleado lo vio se le acercó:
- ¿Hicham que hacéis por aquí?-le preguntó uno de ellos, Manuel.
Hicham dudó y rascándose la cabeza contestó:
- Tengo hambre y miraba si había algo de comida en la basura de la taberna
- ¿Habéis visto pasar a la señorita Lucía? – le preguntó el otro llamado Pepe.
Hicham dudó si delatarla, eso le daría buenas impresiones al noble y quizá un ascenso o un aumento de salario, pero recordó esos ojos dulces y nerviosos que instantes antes le había observado y no pudo:
- No la he visto, ¿por qué, puedo ayudaros en algo?
Los dos negaron y continuaron su marcha. Al perderlos de vista volvió al callejón.
La joven observó detenidamente al joven que acababa de salvarla de sus persecutores:
- Llevo tres años trabajando para vuestra familia y no sois capaces de reconocerme.
- Lo siento, mi casa es muy grande y apenas salgo de mi dormitorio cuando estoy allí.
Hicham miró a la joven, estaba temblando. Le tendió su abrigo:
- Vamos a mi casa, no esta muy lejos, allí me contareis lo que ha ocurrido con vuestro padre.
Caminaron sin prisa pero sin pausa ya que Pepe y Manuel estaban por allí.
Se encontraron con un grupo de personas que procedían del teatro, Lucía se puso la capucha del abrigo de Hicham por si se encontraba con algún conocido de su padre.
Poco después llegaron a la casa de Hicham, cuatro paredes desgastadas que no le servía para mucho más que para dormir. Con suerte no llovería.
Hicham buscó las mejores mantas que poseía para abrigar a su invitada, luego se sentó junto a ella.
- No es muy acogedora pero un jardinero no gana para mucho más.
La joven sonrió y con la mirada recorrió toda la casa.
- A veces me gustaría vivir en un lugar así. Mi casa es como una jaula lujosa.
- Si no es inoportuno, ¿Qué os ha ocurrido con vuestro padre señora?
- Llamadme Lucía y no me trate de usted, pues resulta que mi padre…
Lucía le contó todo la conversación con su padre y los planes que este tenía con el hijo del conde Montes.
Mientras la joven le contaba sus problemas Hicham estuvo observándola fijamente, nunca se había fijado en que la hija de su patrón era preciosa, era la joven más hermosa que había visto nunca.
- Yo soy el menos indicado para aconsejaros, sobre todo porque a vuestro padre lo respeto más que a mi vida.
La joven asintió:
- Lo se, agradezco lo que habéis hecho por mi, mañana a primera hora regresaré a mi casa y mandaré que se os recompense.
Continuaron dialogando unas horas más de diferentes temas, luego la joven se durmió, Hicham la cogió en brazos y la tumbó en su cama.
El joven antes de marcharse volvió a observarla. Pasó algunas horas más caminado por su casa hasta que se sentó cerca de la ventana y comenzó, como hacía muchas noches, a observar la luna. Esa noche le pidió a la luna por la joven.
Poco después Lucía despertó y desde la cama observó a Hicham, le había caído bien:
- Yo también observo la luna casi todas las noches.
Hicham no la miró pero si le contesto:
- Me ayuda a pensar.
Ninguno de los dos volvió a dormir y continuaron con la conversación.
Unas horas después amaneció y la joven decidió que era el momento de regresar a su hogar. Al despedirse besó a Hicham en la mejilla, este se sonrojó pero por el color de su piel no se percibió.
La joven no tenía prisa por llegar sabía que su padre estaría muy enfadado y que apaciguaría su ira sobre ella.
Por el camino de vuelta a casa no encontró prácticamente a nadie, al tabernero limpiando los cristales de su local y poco más.
En la puerta de su mansión ya había dos empleados de su padre esperando su llegada, sin mediar palabra guiaron a la joven al despacho de su padre, luego cerraron la puerta tras ellos.
Su padre si apartar la mirada del diario se dirigió a su hija:
- No os permito que me faltéis al respeto como lo habéis hecho.- la voz con la que hablaba parecía serena pero Lucía sabía que no era así.
- Lo siento, padre.-dijo la joven mirando al suelo.
Don Pedro hizo una bola con el diario y se levantó muy enfadado:
- ¡¿Quién os ha dado permiso para hablar?!- la joven asintió sin mirar a su progenitor.- No saldréis de vuestro dormitorio hasta la fiesta en la que presentaremos vuestro compromiso a la sociedad, en dos semanas. O quizá en la cena de mañana con los condes y su hijo.
Tocó una campana que tenía en su escritorio y poco después llegó la doncella:
- Preparad la bañera de mi hija, limpiadla y ponedle ropa limpia, después cerrad su dormitorio con llave y dádmela a mi.
La doncella se marchó seguida de Lucía.
Mientras, Hicham acababa de llegar a la casa y comenzó con su labor. El joven no podía dejar de pensar en la hija del noble, solo había estado unas horas con ella pero sentía algo por la joven.
En ese momento la joven estaba siendo bañada por la doncella:
- María, que suerte tenéis de no vivir mi vida, desde que nací mi padre me ha manejado como a una marioneta y quiero ser libre.
La doncella mientras escurría la esponja miró a la joven:
- Os entiendo, sois diferente de vuestros padres, pero con el padre que os ha tocado en gracia poco podéis hacer.
La joven cerró los ojos, recordó la noche anterior, por primera vez se había sentido importante Hicham la había tratado como nadie lo había hecho antes y por primera vez se sintió libre.
El resto del día lo pasó pensando en que podía hacer para escapar de esa situación, solo recibió tres visitas ese día ambas por parte de María, la doncella. Para llevarle la comida, el té y la cena.
Antes de acostarse salió al balcón a observar a la luna. No muy lejos de allí Hicham también lo hacía.
No mucho después la joven se acostó estaba muy cansada la noche antes apenas había dormido.
Unas horas después alguien abrió la puerta de su dormitorio. Era Hicham que sin dirigir palabra abrazó a la joven y la besó, entre sorprendida y nerviosa ella también se abrazó a Hicham:
- Vayámonos, en unos días sale una galera del puerto de Valencia, podemos escapar de vuestro padre.
La joven asintió y volvió a besar a Hicham. Cuando se disponían a irse algo sorprendió a Lucía, parecía como si volvieran a abrir la puerta, Lucía cerró los ojos y cuando los volvió a abrir estaba tumbada en su cama, Hicham no estaba, todo había sido un sueño. Por la puerta entró María para entregarle el desayuno. La joven estaba sorprendida por su extraño sueño. Pasó la mañana pensando en Hicham, ¿Se había enamorado de ese joven jardinero qué trabajaba para su padre? No lo sabía.
Al mediodía cuando volvió la doncella, la joven se lo contó todo, desde lo bien que se había sentido en casa de Hicham, lo atento que era y lo más importante ese sueño tan extraño.
- Señorita Lucía, estáis enamorada de ese joven. Pero no tiene futuro su padre jamás lo permitirá.
- Tengo que volver a verle, quiero saber lo que siente él.
Tras la marcha de la doncella la joven fue hacia el balcón, pasó parte de la tarde observando a Hicham que estaba en el jardín. Hicham a veces miraba hacía el balcón y Lucía sonreía.
La hija del noble entro de nuevo en su dormitorio para escribirle una nota a Hicham.
Mientras en el piso de abajo don Pedro y la señora Isabella recibían la visita del conde Montes, su esposa y el futuro esposo de Lucía, Raúl Montes que estaba deseando conocer a su pareja.
- Mandaré a la doncella a que busque a Lucía.- dijo Isabella.
El noble acompañó a sus invitados al salón, el mayordomo ya tenía preparadas los vasos del mejor vino que había.
Raúl Montes tenía 19 años, era inquieto y muy serio. Llevaba el pelo largo y perilla. Su mirada era penetrante y muy seria y siempre daba la razón en todo a su padre y al señor de la Montaña.
En lugar de seguir a sus mayores decidió ir a dar una vuelta para conocer la que sería una de sus futuras mansiones. En ese paseo decidió salir al jardín y mientras paseaba observo algo que le hizo esconderse en unos arbustos.
Frente a él se encontraba el jardinero bajo el balcón de Lucía y esta le dejaba caer una carta escrita por ella misma. Solo escuchó una frase puesto que ninguno de los dos quería hablar por miedo a ser escuchado:
- Allí estaré, mi señora.
Raúl corrió al interior de la casa y buscó a don Pedro:
- Señor, siento interrumpíos pero necesito a algunos de vuestros empleados de más confianza para un trabajito. Ya os lo contaré.
Don Pedro acarició la melena de Raúl y mandó llamar a Pepe y a Manuel, a continuación el futuro conde se los llevó a la entrada.
- Quiero que sigáis esta noche al morisco y si veis algo sospechoso volved a avisarnos, no puedo decíos más.
A los dos hombres les sorprendió las palabras del condecito, como lo llamaban a escondidas:
- Señor no es morisco es cristiano, y ¿Qué tiene él de sospechoso?- preguntó Pepe.
A Raúl no le gustaba que le discutieran y como tal se lo hizo saber a los dos hombres:
- Malditos incompetentes, ¿Cómo osáis discutir mis palabras? haced lo que digo y obtendréis una buena compensación.
Los hombres asintieron y se marcharon al jardín a vigilar a Hicham. Raúl volvió al salón donde ya se encontraba Lucía con un vestido rojo, el condecito quedó estupefacto.
La cena transcurrió plácidamente, Lucía trató de comportarse, Raúl no dejó de observarla en toda la noche. Unas horas después cada uno se marcho a su dormitorio ya que los invitados esa noche dormirían allí.
Lucía hizo llamar a María y le pidió que dejara las puertas abiertas. Cuando creyó que todos dormían se vistió y sigilosamente salió al jardín, desde la ventana de su dormitorio Raúl la observaba con el ceño fruncido.
Al pasar por la puerta del “Hogar del marinero” un grupo de borrachos chistaron a la joven, ella no hizo caso y siguió corriendo hacía la casa de Hicham.
No hizo falta tocar a la puerta, pues estaba abierta.
- Siento llegar tarde, pero la cena se alargó más de la cuenta.
Hicham no dejaba de mirar al suelo, le tendió un abrigo a la joven y le pidió que se sentara.
- Lucía no podéis volver es muy peligroso, sobre todo para mi
La joven cogió a Hicham de las manos y le besó. Hicham no opuso resistencia.
- Hicham vayámonos lejos los dos solos, muy lejos donde no puedan encontrarnos.
Hicham soltó las manos de Lucía y se levantó de su silla caminó por la casa y de espaldas a su amada le dijo:
- Desde la otra noche no puedo dejar de pensar en vos pero lo mejor será que volváis a vuestra casa y no nos volvamos a ver jamás, mañana dejaré mi trabajo.
La joven se levantó de su silla y fue hacía Hicham le puso una mano el hombro y le susurró al oído:
- Hicham te quiero y tu a mi, no podemos cambiar eso.
Hicham se volvió hacía ella la miró fijamente a los ojos y cuando se dispuso a besarla alguien irrumpió en la casa:
- ¡¡¡Soltad a mi hija o será lo último que hagáis!!!
Don Pedro entró empuñando un fusil, seguido por Pepe y Manuel que llevaban sendos sables en las manos, detrás con la mirada muy sería Raúl Montes le apuntaba con su pistola.
- ¡¡ Vivís gracias a mi y así me lo pagáis, mañana mismo seréis denunciado a la inquisición por falso cristiano!!
Raúl se adelantó, con una mano agarró a Lucía y con la que empuñaba la pistola golpeó a Hicham que cayó al suelo con una brecha en la ceja derecha.
Don Pedro salió el primero de la casa, luego Raúl que les dijo algo a Manuel y a Pepe. Cuando salieron de la casa los dos hombres se abalanzaron sobre Hicham y le propinaron una tremenda paliza que acabó con dos costillas y un brazo roto.
Una vez en la mansión, don Pedro y el condecito se encerraron a solas con Lucía en el salón. Don Pedro comenzó a caminar alrededor de Lucia con las manos juntas en la espalda, negaba con la cabeza.
Unos minutos después paró frente a ella y la abofeteó, su hija cayó al suelo llorando:
- Señor, no seáis duro con ella, es mujer no sabe lo que hace, ya la enseñaré yo.
Don Pedro seguía negando con la cabeza, agarró a su hija de la mano y la puso de pie.
- Os dejaré que acudáis a la ejecución del musulmán para que veáis lo que os ocurrirá si no le sois fiel a don Raúl.- este sonrió al oír hablar de él.- Ahora os dejaré solos por si don Raúl desea reprocharos algo.
El noble abandonó la estancia y los dos prometidos quedaron a solas.
- No os diré nada.- se acercó a ella y comenzó a olerla por el cuello, ella se puso nerviosa.- sois preciosa, con el tiempo me amaréis, queráis o no, y si no, tendré todas las mujeres que desee y vos solo seréis la esposa del conde.
Lucía se apartó de él y corrió al lado opuesto de la sala.
- Me casaré con vos y haré cuanto me pidáis, solo os pido que no mandéis ejecutar a Hicham, proponed cualquier otro castigo y seré siempre vuestra.
Raúl salió serio de la sala…
Continuará.
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Escrito por Granados en 2005

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