sábado, 11 de septiembre de 2010

Al Borde Del Precipicio


Hay veces en los que me paro a reflexionar y es entonces cuando me pregunto algunas cosas sobre mi vida: ¿qué hago aquí? (me refiero al mundo), poca cosa; ¿para qué estoy? para nada; ¿a quien tengo? A nadie. No me hablo con mis padres (mejor dicho no me hablan), yo a pesar de las discusiones los quiero, con el resto de mi familia apenas tengo relación, conocidos muchos, amigos ninguno. Sin trabajo, sin estudios… en fin, lo justo para subsistir.
Estas reflexiones siempre suelen desarrollarse en el mismo lugar y en las mismas condiciones.
El lugar, el miserable habitáculo al que esos ancianos que se hacen llamar “papá” y “mamá” denominan habitación. Una cama que cruje incluso cuando no me muevo rodeada por cuatro paredes que antaño habían sido blancas pero que hoy día poseen un color entre negro y gris. Junto a la cama, una vieja mesilla, de una madera podrida y rasgada que de tener un mínimo golpe se desarmaría, que había pertenecido a mi abuela materna, a ella realmente la quise y posiblemente sea la única persona con la que nunca tuve ninguna discusión, lógico pues murió siendo yo aun muy niño y los problemas en mi vida no habían comenzado todavía.
Ese calabozo en el que duermo cuando cae la noche toma un tono tenue muy digno de las películas de terror, al cual uno se termina acostumbrando.
La tenue oscuridad de mi cuarto es la condición principal para reflexionar.
No suelo reflexionar muy a menudo por el bien de mi propia vida. Todas las preguntas que me hago siempre me llevan al mismo sitio, siempre me llevan a pensar en lo mismo, en el precipicio.
No es una tontería de una noche de enfado, es la conclusión de muchas noches en vela, de muchas discusiones, de muchas disputas.
Cuando voy a una entrevista de trabajo y me rechazan (no tienes suficiente experiencia, mentira, no tienes suficiente nivel de estudio, mentira…) y de nuevo el mismo pensamiento que aunque distante esta cada vez más cerca.
La relación con mis padres comenzó a enturbiarse cuando decidí dejar los estudios, yo por aquellos entonces cursaba segundo de bachillerato, y tras aprobar primero en dos años pude ver que los estudios no eran lo mío. Mis padres, sobre todo mi madre, nunca lo vieron con buenos ojos y siempre esperaban y siguen esperando el momento idóneo para recriminarlo.
Se que fue una decepción muy grande para ellos pero tarde o temprano debían saberlo y lo que era peor, y aún no lo han conseguido, superarlo. Tampoco era tan grave ¿no?
Pero como dije anteriormente en la vida laboral no me fue mucho mejor. Mi carácter fuerte, yo diría incluso antipático, era el detonante de que los trabajos no me durarán mucho más del primer contrato y en la mayoría ni siquiera conseguía el trabajo.
En lo respectivo a la amistad, no hay nadie al que pueda considerar mi amigo, conocidos tengo muchos pero ninguno ha hecho nada por mi, pero tampoco hice yo nada por ellos.
Como veis mi vida no es encantadora. Pero aun hay cosas peores.
Una vez, cuando tenía dieciocho años, sentí algo por una persona. Hubiera hecho cualquier cosa por ella. Su nombre no merece la pena recordarlo. Ha sido la única vez que yo he sentido la necesidad de cuidar, de querer (y esto si lo hice bien), de hacer cualquier cosa por ella, pero como es usual en mi vida, me dejó por un universitario.
No la culpo, ¿a quien elegirías tú? ¿A un estudiante de ingeniería o a un tipo que no tiene donde caerse muerto? Yo elegiría al ingeniero. Fue la vez que más lejos vi el maldito precipicio. Fue la única vez que estuve enamorado y la única vez que me quisieron de verdad, aunque no durara demasiado.
No sabría describir con exactitud el nombrado precipicio, nunca quise asomarme demasiado, se que el día que me asome no tendré tiempo de describirlo. También se que el día en que me asome o mejor dicho me abalance sobre el vacío no esta muy lejos. El vaso ya esta lleno solo falta la gota que lo colme y esa gota juro que no será una lágrima mía. No volveré a llorar, los días que me quedan lo pienso vivir todo lo feliz que se pueda o como pueda con esta cruel vida que me ha tocado vivir. No quiero volver a sufrir.
Si aún no me he tirado es solo por una cosa. Paradójicamente, es por el amor que siento hacia mi madre, ella ya esta mayor y no quiero que sufra por una estupidez que se con total seguridad que ocurrirá. Lo haré porque tengo la sensación de que lo único capaz de aliviar este dolor que me corroe por dentro como si de un potente ácido se tratara, lo único que me aliviara será el “dulce” tacto del suelo, necesito abrazarme a la dura roca, acariciarla y si es posible atravesarla para acabar con esto de una vez. La muerte de mi madre, con total seguridad será la gota que colme el vaso. Espero que no dure.

FIRMADO: un cuerdo suicida.
NOTA DEL AUTOR: Debido a las reiteradas confusiones os informo de que soy muy feliz, tengo trabajo, amigos... Vamos que todo es pura ficción, algo cortavenas pero ficción , espero que os guste, besitos...

6 comentarios:

José Rafael dijo...

Un relato un tanto oscuro...

The crow dijo...

Umm, un tanto depresivo, sí, cualquiera diría que eres feliz escribiendo estas cosas...

Raúl dijo...

Haces bien en aclarar que es ficción, ya estaba pensando que te ibas a matar en breve. A ver qué haría el Tappy sin ti. Y la verdad es que entre el Migui asesinando en sueños y tú suicidándote en la ficción... voy a ver si escribo yo un relato sobre piruletas y ositos de peluche.

Deimmy.

Granados dijo...

Raul el macho terminaría apareciendo para salvarnos a todos.

Sarlacc dijo...

Ya decía yo que no podía ser cierto, para mi que trabajo si tenías :D

Pero vamos, que como algún día se te ocurra suicidarte te ostio, así te lo digo.

Mario Sarmiento Díaz dijo...

me encanta este relato, usas palabras bastantemente muy bien hiladas y perfectas.....bastante triste pero muy bueno